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Capitán Eclipse y Reed, en El enigma de Antara.

Capítulo 8
. Revelaciones.

La Isla, en La Periferia. Año 1512 de la Paz de los Mensajeros.

Cómo un animal enjaulado, Reed deambulaba de un lado para otro por el reducido camarote de la Charlotte. Buscaba algo para cambiarse de ropa, pero cada vez que abría una caja perdía por completo la concentración y se olvidaba de lo que estaba haciendo. Su mente estaba lejos de allí, en algún mugriento calabozo perdido, en aquella ciudad tan extraña y desconocida para él.
- ¡Basta! – se dijo en voz alta.

Tenía que centrarse y no permitir que el miedo y la incertidumbre lo paralizasen de aquel modo. Cerró los ojos y respiró profundamente antes de volver a abrirlos. Abrió un contenedor que guardaba bajo la litera, cogió una camisa holgada, de tela gruesa y clara, con cordones en la abertura del pecho; después se puso el kilt de lana y piel oscura que se encontraba doblado justo debajo. No es que tuviese muchas más opciones. Dipla aún no había aparecido con su ropa de navegante. Se desnudó dejando las maltrechas prendas de pescador desparramadas por el suelo y vio la infinidad de pequeños cortes y magulladuras sobre la piel rosada, fruto de su periplo en el mar. No había tiempo ni para curarse ni para asearse, aunque lo necesitase. Se calzó unos calcetines altos antes de ponerse unas botas de piel. Sabía que se asaría con aquella ropa y calzado en aquel planeta cálido y húmedo, pero no había otra. Se colocó el sporran1 atado a la cintura y lo colocó en su posición habitual, centrado bajo el vientre. Tocó con un dedo la zona donde el emblema de oro había sido removido, palpando los remaches con las yemas de los dedos, y pasó la palma de la mano por la parte frontal del kilt: no había tiempo para descoser el tartán tradicional de lana y cuadros rojos, pero, afortunadamente, estaba demasiado lejos de los reinos como para que nadie lo pudiese reconocer. Salió hacia el corredor en pendiente que llevaba hasta el puente y entró. La luz anaranjada del atardecer iluminaba la sala, haciéndole parpadear, y el impresionante horizonte de rascacielos de la Isla se desplegaba al otro lado del sucio cristal. Se acercó a los mandos y empezó a activar los sistemas. Varios paneles empezaron a iluminarse por las paredes, acompañados de los familiares sonidos mecánicos y electrónicos de una astronave volviendo a la vida. Quería que los motores estuviesen listos para salir de allí una vez idease un plan de rescate. Miró de nuevo hacia los rascacielos. ¿Un plan de rescate sin siquiera saber dónde estaba Eclipse? De repente, un destello en el cielo llamó su atención. La forma de la lanzadera le resultaba familiar, pero a aquella distancia no la podía verla a detalle. De nuevo, bajó la mirada a los mandos y tecleó rápidamente unos comandos. Al momento, la forma y rumbo del vehículo aparecieron en la pantalla. Abrió los ojos como platos, dio dos pasos hacia atrás alejándose y, sin perder un segundo más, salió corriendo de la sala. Se cruzó con Dipla en medio del estrecho pasillo que bajaba hacia la cubierta principal, y ella le ofreció el saco con su ropa dedicándole una de sus amplias sonrisas.
- ¡Busca un rincón donde esconderte y no salgas hasta que te avise! ¡Ah! y, pase lo que pase, no te asomes a las ventanas – le dijo sin frenar el paso.

Cuando salió por la rampa se dio de bruces con Goshi que se disponía a entrar con una voluminosa caja de víveres deshidratados, pescado y rakki, en las manos. La sujetó de los brazos y miró hacia los lados. Los hermanos, que estaban a pocos metros, los observaron.
- Todos adentro. ¡Ahora!
- Pero aún no sabemos que vamos a…- protestó Goshi sin entender nada. Tarina y Druso se acercaron extrañados.
- En cuestión de minutos una nave de los mensajeros aterrizará sobre esta terraza. Si tan solo uno de ellos otea el interior de vuestras mentes, estamos condenados.
- Pero tú, ¿qué harás? – preguntó Tarina preocupada. Él la miró a los ojos.
- Hay… un modo. Si es que funciona -. En ese preciso instante el sonido de los motores acercándose en el cielo se hizo más audible y los tres se ocultaron en el interior de la Charlotte sin rechistar. Reed se remangó la blusa de lino, que ya se le adhería a la piel debido al calor y la humedad, se alejó de la rampa y empezó a revisar exhaustivamente el fuselaje del vientre de la astronave sobre su cabeza, como había visto hacer al capitán en varias ocasiones antes de despegar. La pequeña y reluciente nave se posó a una veintena de metros de allí, en una zona despejada del taller, levantando una nube de polvo a su alrededor con sus repulsores ventrales. Reed se giró en aquella dirección. Entrecerrando los párpados para protegerse de la polvareda y fingiendo sorpresa, vio como varios hombres uniformados y armados descendían por la rampa de manera ordenada y con paso marcial. Reconoció las prendas tradicionales de la milicia de Ibria, en carmesí y adornos dorados, con el emblema de la rosa y las estrellas en cinturones y chaquetas. Los soldados, perfectamente coordinados, se giraron a la vez, hasta quedar enfrentados en dos hileras y formaron un pasillo a los lados de la rampa. Otras dos figuras salieron de la nave, caminando en dirección hacia la Charlotte. El primero, un hombre grueso, de cabeza afeitada, y vestido con el colorido atuendo y las joyas de un comerciante, desentonaba con el aspecto pulcro y refinado de los soldados. Otro hombre caminaba a su lado. Iba cubierto por una sencilla túnica blanca que solo dejaba ver las manos y pies desnudos, y una máscara plateada bajo la nívea y amplia capucha. Reed había visto esa máscara en innumerables ocasiones en su tierra natal: la expresión serena, el rostro atemporal, ni viejo ni joven, de rasgos agradables y armoniosos, pero no demasiado bellos. Equilibrio y mesura. Los mensajeros solían llevar esa máscara, pero en los reinos también llevaban el rostro descubierto, un rostro conocido por cada central, hombre, mujer, anciano o niño. Siempre el mismo rostro, el rostro de El Mensajero, el del Primer Profeta y salvador. El aspecto al que mutaban todos los acólitos tras La Revelación, al trascender e interiorizar El Mensaje. Trató de recordar lo que había aprendido de su estricta madre una tarde lluviosa junto al fuego, esperando que la jugada le saliese bien: todos dependían ahora de ello. Comenzó dejando de pensar en el sacerdote y concentrándose en el mercader que miraba hacia los lados con enfado, cómo si buscase algo o a alguien en el taller desierto, entonces este le devolvió la mirada, y empezó a caminar en su dirección con paso decidido.
- ¿Dónde se ha metido esa delincuente de Goshi? ¿A dónde ha ido todo el mundo?
- Eso me gustaría saber a mí - respondió Reed fingiendo enfado, forzando un acento caledoniano que hacía semanas no utilizaba, y poniendo los brazos en jarra y separando los pies.
- ¿Y tú quién eres?, ¿acaso trabajas aquí? – interrogó el comerciante mirándole de arriba abajo. Reed intuyó la figura del mensajero colocándose detrás del isleño, pero no desvió la vista de su interlocutor. Antes de comenzar a hablar, empezó a imaginar escenas en su cabeza. El océano, vasto y frío, rompiendo contra las escarpadas costas de Caledonia, la lluvia sobre las calles empedradas de Stirling, el astropuerto y los cargueros volando hacia el cielo nublado. Se imaginó a sí mismo a bordo de la Charlotte, en medio de rutinas como dormir, comer o hacer reparaciones. Llenó su mente con recuerdos parciales; imágenes de la bodega, cajas y contenedores. Imaginó a Goshi, hablando con él cerca de allí, sellando un trato, dándose la mano.
- Soy Toldran, mercader de Caledonia. He navegado desde los reinos a la Periferia, en viaje de negocios. Durante mi último viaje, mi nave se averió al cruzar una tormenta espacial2. Me habían dicho que había buenos mecánicos aquí, en La Isla, así que me acerqué y llegué a un acuerdo comercial con Goshi – a medida que hablaba, generaba imágenes en su mente, partiendo de recuerdos mezclados. Durante unos segundos notó un dolor leve en la cabeza. Una especie de presión seguida de una serie de pequeños pinchazos, justo detrás de los ojos, muy adentro. También le pareció escuchar un susurro ininteligible. Siguió hablando sin dejar que su rostro reflejase incomodidad alguna. - Se suponía que hoy la nave estaría lista, pero me he encontrado un taller desierto, y la nave a medio reparar. ¡Incluso le había adelantado dinero! ¿Qué se supone que voy a hacer ahora? ¿Es usted de aquí?, ¿sabría decirme a quién acudir?
- Dice la verdad. No sabe dónde está la mecánica - dijo el mensajero después de unos segundos de silencio, con la voz algo distorsionada por la máscara. Una voz ni grave ni aguda, más bien profunda y perfectamente modulada, sin acento alguno. – Puede que alguien la pusiese sobre aviso de nuestra llegada. ¿Algún miembro de su Consejo quizás, señor Yano?
- Sobre aviso o no, no ha podido ir muy lejos. Ninguna nave ha salido de la ciudad desde que se ha impuesto la prohibición. Nada ni nadie podrá entrar o salir de la ciudad sin que lo sepamos, solo tenemos que…- de repente empezó a escucharse un sonido largo y grave, constante y ascendente. Primero distante pero luego audible en toda la ciudad. Era una especie de sirena, que a Reed no le resultó familiar pero que mudó la expresión de Yano del enfado al terror más absoluto. El mensajero miró unos segundos hacia las alturas y después comenzó a caminar a paso ligero hacia la lanzadera, seguido por los guardias. Yano dio dos pasos hacia atrás sin dejar de mirar hacia el cielo y después echó a correr tras el grupo. Reed se rascó la barba intrigado mientras observaba la lanzadera despegar. Al seguir su estela hacia las nubes, le pareció ver unos destellos a lo lejos, en el cielo encarnado. Entonces, escuchó el sonido característico de naves entrando bruscamente en la atmósfera, muy similar al de truenos lejanos precediendo a una tormenta. Un fogonazo a su espalda, seguido de un estruendo ensordecedor que le hizo encogerse del susto, le llegó desde atrás. Se giró y comprobó cómo una batería antiaérea comenzaba a disparar desde la azotea de un edificio cercano. Las había visto en casi todas las ciudades de la Periferia que había visitado en las últimas semanas, pero nunca en acción. A los pocos segundos, más haces de energía se sumaron y salieron expelidos al cielo desde distintos puntos de la ciudad iluminando las nubes sobre su cabeza. Volvió a mirar hacia arriba y comprobó cómo algunos rayos empezaban a caer también desde las alturas. Todo estaba pasando demasiado rápido, pero, cuando uno de los disparos desintegró en una explosión de fuego y polvo uno de los puentes colgantes de rakki a cien metros de allí, reaccionó y entró de inmediato a la astronave, elevando la rampa tras de sí. Goshi, Druso y Tarina salieron de su escondite en la bodega cuando él pasó corriendo como un rayo hacia la escotilla que conducía hacia la cubierta superior.
- ¿Cómo ha ido...? – empezó a preguntar Druso.
- Bien…pero mal... ¡nos vamos!

Se miraron entre sí y, con expresiones preocupadas, echaron a correr tras el pelirrojo, pasillo arriba. Cuando este entró en el puente, un infierno ya se había desatado al otro lado del cristal. Más explosiones y columnas de humo aparecían por la ciudad. El intercambio de fuego entre las baterías y los asaltantes se había intensificado, iluminando las paredes de la sala con cada fogonazo. Reed se sentó en el sillón de piloto y se peinó el sudado flequillo hacia atrás con una mano. Anuló la secuencia de arranque lento3, a la cual le quedaban un buen rato para completarse, pasando a la simplificada, que le permitiría activar los sistemas esenciales manualmente y despegar antes. Echó un vistazo a las pantallas de los sensores. Al igual que Goshi, que se había colocado a su lado, pudo reconocer el familiar diseño de algunas de las naves atacantes. Se miraron a los ojos, asustados.
- ¡Corsarios caníbales de Tenma!4 - dijeron al unísono.

Reed pasó de mirarla a ella a mirar el puesto de copiloto vacío.
- Necesitaré que me guíes.
- ¿Hacia dónde? Yo sé mucho sobre reparar naves, pero muy poco sobre pilotarlas.
- ¿Y crees que yo sí? - dijo él dando energía a los repulsores anti-gravedad5 distribuidos por el vientre de la Charlotte. La nave empezó a elevarse verticalmente pero algo escorada hacia estribor. Druso y Tarina, al ver como el suelo se convertía en una pendiente decidieron que estarían más seguros en los sillones de pasajeros al fondo de la sala, y se apresuraron a ponerse los cinturones de seguridad. Goshi hizo lo propio en el sillón de copiloto y, al ver dos luces rojas parpadeando en el tablero, pulsó dos clavijas pendientes de activar a la derecha. La Charlotte se niveló, para alivio de todos, al entrar en acción los repulsores pendientes. Otro fogonazo, seguido de una fuerte explosión, iluminó de nuevo el puente, cegándoles momentáneamente. Un Reed parpadeante abrió los ojos, sujetó el timón con fuerza, y se dirigió hacia su improvisada copiloto.
- Hemos conseguido despegar. Ahora ¿dónde se encuentra el calabozo?

Con las energías renovadas y cierta urgencia, Eclipse terminó de ponerse el traje de guardia ibriano. Estaba más concentrado de lo que jamás había estado en toda su vida, y su mente iba a la velocidad de un cohete de carreras de baja gravedad. Se colocó el cinturón con la cartuchera a la derecha y el sable a la izquierda de tal modo que no le estorbasen al caminar o correr. Quizás la tela clara que llevaba a modo de vendaje se vería incluso bajo el casco, que era abierto en la parte delantera. Arrancó un trozo de cuero oscuro y flexible de las ropas del isleño y la sustituyó. El líquido sagrado que corría por sus venas hizo que no sintiese ningún tipo de dolor o molestia al desprender la tela de la piel. Se puso el casco, bajó un poco la visera y Sophie asintió, aprobando. Sin perder un segundo, ataron, amordazaron y ocultaron a los dos hombres inconscientes bajo los camastros, y salieron al pasillo. La chica caminaba delante del capitán con las manos atadas, falsa pero aparentemente, en la base de la espalda. Sorprendentemente no se encontraron a casi nadie a medida que subían escaleras hacia la entrada principal. Se sobresaltaron en un par de ocasiones al escuchar pasos y carreras en la distancia. Al pasar al lado de una puerta, Sophie frenó en seco como si recordase algo y, sin perder un segundo entró en un cuarto pequeño. Tras buscar unos minutos en la penumbra levantó una mochila de piel algo gastada, revisó el interior sonriendo al ver que todo estaba en orden, sacó una pistola de energía de cañón alargado y diseño elegante y la ajustó en la base de la espalda, sujeta a la cintura del pantalón, dejando que la blusa la ocultase al caer por encima. Después colgó la mochila al hombro del capitán y le dio dos palmadas en el brazo.
- ¡Nada de ráfagas letales! Con una condena por asesinato ya tengo suficiente – ordenó él levantando el dedo índice.
- ¡A la orden!

Después de subir tres niveles más sin cruzarse prácticamente con nadie, se hizo patente que algo extraño sucedía. De repente, todo el edificio tembló, y pequeños fragmentos de piedra seguidos de polvo cayeron del techo. Aquello no era el motor de una gran astronave. Cruzando miradas de preocupación, pero sin mediar palabra, aceleraron el paso empujados por una nueva sensación de peligro. Llegaron al hall que conducía a la salida principal y lo que se encontraron no fue para nada lo esperado. Los milicianos corrían de un lado para otro dando y recibiendo órdenes, cogían rifles, pistolas y municiones de la armería y salían corriendo hacia el exterior. Absolutamente nadie se fijó en aquel guardia ibriano o en su prisionera, que cruzaron la sala tratando de no llamar la atención. Sin prisa, pero sin pausa. Lo cierto fue que no les hizo ninguna falta. El suelo volvió a sacudirse y un sonido agudo les empezó a llegar desde el exterior, mezclado con gritos y explosiones. Al salir, la ciudad se desplegó ante ellos, y era una ciudad en medio de una invasión.

Explosiones en el cielo, edificios ardiendo, baterías antiaéreas disparando, astronaves tratando de huir o intercambiando andanadas de fuego. Eclipse se levantó la visera para otear el cielo ya que, con un solo ojo y aquel casco puesto, su capacidad de visión era muy reducida. Tal y como sospechaba, las destartaladas pero mortíferas naves de la banda de Tenma habían llegado a la Isla y surcaban los cielos. El enorme crucero de Ibria se giraba pesadamente adoptando una posición de combate sobre ellos, colocándose entre el grueso de los atacantes y las azoteas, con las baterías de cañones disparando a discreción y los escuadrones de pequeñas naves de combate saliendo despedidas de los hangares laterales. Sophie le dio un codazo para que se centrase. Los isleños corrían gritando en desbandada de un lado a otro por la plaza frente al cuartel. A medida que descendían por los escalones sin un rumbo concreto, esquivando a la gente en medio del caos, Eclipse pensó en lo lejos que estaban del taller de Goshi. Habían optado por la ruta más corta, aun arriesgándose a cruzar la entrada, decidiendo que el tiempo era oro en su situación y una huida por los niveles inferiores les hubiese retrasado demasiado. Pero ahora, ante semejante panorama, cruzar la ciudad iba a ser mucho más complicado; por no decir imposible.

Lo primero era alejarse de los milicianos. Tres pasarelas salían de la plaza en direcciones equidistantes. Eclipse señaló la de la derecha con rapidez, esperando que su sentido de la orientación no le fallase. Cuando no llevaban ni diez metros caminando a paso ligero, un sonido atronador les llegó desde las alturas, seguido de los gritos de la gente y un destello que les hizo cubrirse los ojos. Al mirar hacia arriba pudieron ver como una de las enormes baterías instaladas sobre el edificio se precipitaba hacia ellos en medio de una bola de fuego, rocas y metal al rojo. Cuando los restos llegaron hasta su nivel, impactaron contra la pasarela hacia la que se dirigían, aplastando a decenas de personas que no habían conseguido alejarse a tiempo. La estructura se fracturó en mil pedazos que se precipitaron sin remedio hacia los niveles inferiores, causando más destrucción y muertes antes de llegar al mar. Los fugitivos se cubrieron como pudieron tras unas cajas de madera, cuando una infinidad de restos ardientes sembraron toda la plaza hiriendo a los supervivientes.
- ¡Sophie! – un grito les llegó desde detrás. Al girarse vieron como un grupo de guardias de Ibria se dirigía hacia ellos sorteando los restos. Uno de los centrales vestía diferente, con ropa más ricamente ornamentada. No llevaba casco y el cabello rubio arena y rizado estaba pulcramente peinado con raya de lado y hacia atrás. Un bigote fino se le dibujaba sobre el labio en medio de un rostro anguloso y atractivo. Sin duda se trataba de un aristócrata. Al reconocer el uniforme de Eclipse le hizo señales desde lejos, para que se acercasen.
- ¿Por qué te quedas ahí parado?, ¿te ha golpeado una roca en la cabeza? Tráela ¡tenemos que volver a la seguridad del crucero cuanto antes!

Sophie le miró negando con la cabeza, pero el pirata la sujetó firmemente de los brazos, y la empujó en dirección al noble.
- ¡Bastardo! - gritó ella tratando de zafarse sin éxito. Cuando llegaron hasta el grupo. El noble se acercó a la chica con mirada triste y, con tono condescendiente, le dijo:
- A mi lado lo hubieses tenido todo. Riqueza, joyas, sirvientes. En cambio, decidiste robarme y fugarte - apartó con suavidad un mechón del rostro de Sophie, acariciándole la mejilla manchada de hollín. – ¿Tan poco me quieres?
- No, Gabriel, mi amor- dijo ella con tono dulce y suavizando la expresión. - Eres un encanto. Un auténtico caballero. Todo lo que una mujer podría desear. Pero ya me conoces: me apago si paso demasiado tiempo en un mismo sitio. Me pone triste. Pensaba volver a ti, una vez me aclarase. Y respecto a lo de robarte, bueno, la Periferia es un lugar muy duro, necesitaba una base de la que partir - acercó su rostro al de él, y le dirigió una mirada con los penetrantes ojos color miel. – ¿No querrías que empezase sin nada?
- Pero mi querida Sophie, no te llevaste joyas o dinero, te llevaste las viejas cartas de navegación paganas de la colección privada de mi padre. Reliquias muy antiguas y valiosas6.
- Bueno, pensé que me ayudaría a moverme por esta zona del espacio ¿cómo iba yo a saber que tenían tanto valor para vosotros.
- Es curioso, pero ¿sabes lo qué opina mi padre? – preguntó sujetándola con suavidad de los hombros y acercando sus labios a la oreja de ella. A su alrededor las explosiones y la destrucción continuaban, pero a él no parecía importarle. – Dice que sabías exactamente el valor que tienen, y que fue eso lo que te llevó a acercarte a mí en primer lugar y trabajar para nosotros -. Sophie siguió escuchando sin decir nada. – Naturalmente yo le dije que eso no tiene sentido, porque supondría pensar que me has creído lo suficientemente idiota como para poder utilizarme. Y odio que me tomen por idiota, querida. – Ella empezó a negar con la cabeza, con la mejor de sus sonrisas. Pero él la miraba ahora con la más fría de las miradas.
- Pero por fin te he encontrado, ahora nos iremos de este sucio planeta en cuanto se firmen los acuerdos y... – se giró sobre sí mismo para dirigirse hacia los soldados cuando, de repente, Eclipse desenfundó la pistola con rapidez y le puso el cañón en la espalda. El ibriano alzó las manos lentamente.
- Debería usted aceptar que el amor, a veces, simplemente se termina… y hay que dejarlo ir - le dijo con tono apenado. - Vosotros, ¡tirad las armas lejos! ¡Las manos a la vista y nadie saldrá herido! - Los guardias, al ver una sutil señal de su señor, depositaron las armas y las empujaron lejos con los pies antes de levantar las manos lentamente.

Con un rápido juego de manos, Sophie se deshizo rápidamente del nudo falso, desenfundó el arma oculta en la espalda y, sujetándola con ambas manos, apuntó a uno de los guardias.
- ¡Tú! Dime dónde se encuentra el transbordador en el que habéis descendido. ¡Rápi…! - pero, el fuerte sonido de una astronave volando raso sobre sus cabezas la interrumpió e hizo que todos se agachasen instintivamente bajo la sombra amenazadora, que pasó como un rayo en dirección a la plaza. Aprovechando la distracción, Gabriel clavó un codo en el estómago a Eclipse y, asestándole un fuerte puñetazo le hizo caer de espaldas sobre el asfalto, desprendiéndosele el casco al estrellarse contra unas cajas de madera. Los guardias echaron a correr hacia sus armas mientras su señor desenfundaba el arma con agilidad y la apuntaba hacia su aturdido adversario, pero, antes de que pudiese apretar el gatillo, un haz de energía le impactó en la espalda y cayó al suelo sacudiéndose por la fuerte descarga justo antes de perder el sentido7. Sin dejar de apuntarle, y sin perder un segundo, Sophie pasó corriendo a su lado y ayudó a Eclipse a cubrirse detrás de unos escombros, segundos antes de que los guardias, de nuevo armados, empezasen a disparar en su dirección.

- Estamos atrapados - dijo ella al comprobar que no podrían aventurarse lejos de aquellas rocas sin ser derribados. - Se asomó por un lado y disparó varias andanas, obligando a los guardias a ocultarse tras otros escombros a su vez.
- Le teníamos en nuestro poder. Nos habría llevado a su transporte de no haber sido por un maldito idiota que no sabe ni volar recto - protestó el bucanero mirando en dirección la astronave que descendía sobre la plaza. - Un momento, ¡pero si esa es mi Charlotte! Ese tozudo de Greg, ¿ha venido a intentar liberarme él solo?
- ¿Greg?
- ¡He dicho Reed! mi primer…y único oficial.
- ¿En un yate desarmado? Muy inteligente tu primer, y único, oficial. - Dijo ella agachándose y cubriéndose a duras penas de la lluvia de disparos a su alrededor - De todos modos ¡está demasiado lejos! Si damos un solo paso en esa dirección estamos muertos.
- No necesariamente - dijo él mirando pensativo hacia la Charlotte.

La cubierta tembló bajo sus pies levemente cuando el tren de aterrizaje tocó el suelo de la terraza. Reed se levantó del sillón, mirando por la ventana en dirección a la entrada del cuartel de la milicia.
- En medio de este caos no debería ser demasiado difícil entrar y… - el impacto de un disparo en el cristal a estribor le hizo cubrirse la cabeza con la mano instintivamente. Entonces, todos en la cabina miraron en aquella dirección, hacia lo que parecía ser un tiroteo.
- ¿Qué clase de idiota dispara con una pistola a una astronave esperando hacer algún daño? – dijo Goshi mirando hacia los contendientes, que se disparaban unos a otros en la pasarela a una centena de metros de allí. Entonces, vio como un hombre uniformado, y agachado tras una roca, les saludaba.
- Creo que conozco al idiota en cuestión – dijo el pelirrojo poniendo los ojos en blanco.
- Cuando crees que ya lo has visto todo, llega Eclipse y te sorprende - añadió Druso maravillado.

Los guardias disparaban sin descanso sobre los escombros, levantando una nube de humo y restos de roca, que apenas dejaba ver y se iluminaba con cada fogonazo. Fue entonces cuando una sombra lo cubrió todo nuevamente y los sistemas anti-gravitatorios de la astronave sobre sus cabezas formaron violentos remolinos de polvo. La Charlotte se posó bruscamente en el espacio entre ambos grupos rivales con la rampa ya desplegada y haciendo que el tren de aterrizaje se resintiese. Protegidos ahora del fuego enemigo, por el fuselaje y el polvo que anulaba la visión, Eclipse y Sophie se aventuraron a salir de su refugio y caminar a paso ligero hacia unos Reed y Tarina que esperaban armados al borde de la escalerilla de entrada. El chico puso un gesto de preocupación al distinguir las heridas y el parche en el ojo del pirata. Al verle, un eufórico Eclipse esbozó una sonrisa y abriendo los brazos, espetó:
- No te preocupes, pelirrojo, es solo un arañazo. Ya he perdido la cuenta de los rescates ¿tocaba golpe o tocaba beso? - dijo sonriente.

Reed, inclinó la cabeza a un lado y, mudando el gesto de la preocupación al enfado, le encañonó y disparó un rayo que le pasó muy cerca de la cabeza. Antes de que pudiese protestar, el pirata escuchó un grito seguido de un golpe sordo a su espalda. Al girarse, comprobó cómo el destinatario del disparo, un humanoide de aspecto terrible, cubierto con una armadura compuesta de huesos humanos impregnados de sangre seca, y erizada de pinchos de metal, caía de espaldas con un agujero humeante en el pecho. A lo lejos, una multitud de salvajes de aspecto terrible y armados hasta los dientes con cuchillos y pistolas, corría gritando y aullando en su dirección.

- ¡Corsarios de Tenma! – gritó Sophie y echó a correr rampa arriba seguida del pirata, mientras esquivaban los primeros disparos y recogía el casco dorado del suelo.

El capitán Eclipse entró corriendo en el puente, seguido de Sophie, Reed y Tarina. Druso se levantó del sillón de piloto cediéndole el puesto aliviado. Goshi, a su vez, le miró angustiada, sin saber que decir. Él le guiño el ojo acerado.
- Puedes abandonar el puesto, amiga. En la sala de máquinas nos vas a ser de mucha mejor ayuda. Necesitaré toda la energía extra que puedas darme si queremos salir de la Isla de una pieza. - Reed la sustituyó como copiloto y Druso salió de la sala detrás de ella.

Con su capitán de nuevo al timón, la Charlotte se elevó limpiamente sobre la feroz batalla que se empezaba a librar entre ibrianos y corsarios, pero, cuando lograron ganar altura, un par de andanadas de energía les llegaron desde babor, carbonizando el casco por tres puntos distintos. Tres naves corsarias habían encontrado otra nave civil huyendo que poder derribar, y se abalanzaron implacablemente sobre su nueva presa.
- ¿Qué hacemos volando sin escudos, si se puede saber? - preguntó Eclipse con tono impaciente.
- Ups. - Reed activó la pantalla protectora y una fina malla de energía, apenas perceptible a la visita, cubrió toda la nave.

Dándole potencia al motor, la astronave salió disparada en dirección opuesta a sus atacantes. Aunque Eclipse maniobraba con gran pericia entre los edificios, no conseguía desprenderse a los atacantes de la cola. Estuvo a punto de lograrlo cuando, esquivando una sección de rascacielos que se derrumbaba, les dejó escaso margen de maniobra a sus perseguidores, pero estos, siendo más ligeros y maniobrables, retomaron la persecución sin mayor dificultad. Era un piloto nato y conseguía evadir la mayor parte de los disparos a la vez que pilotaba con un solo ojo, pero algunos les alcanzaban, en medio de constantes sacudidas. Un olor a quemado les llegó del pasillo, pero nadie se movió de su puesto. Los escudos de popa no aguantarían aquella persecución eternamente.
- Tenemos que encontrar el modo de librarnos de ellos ya… y ¿cómo cruzaremos esa batalla sobre nuestras cabezas con esta nave? - preguntó Sophie aferrándose al sillón del capitán por detrás.
- Sujétate a algo - fue toda la respuesta que recibió. Ella miró hacia Reed, y este solo acertó a encogerse de hombros afanado a los mandos de copiloto. La chica se sentó finalmente al lado de una asustada Tarina, que rezaba con los ojos cerrados, y se ajustó el arnés de seguridad.

Eclipse desconectó entonces los escudos y, transfiriendo esa energía extra a los motores, dirigió la nave en línea recta hacia un extremo de la ciudad. Todos miraron al frente preocupados. Aunque el impulso extra les hizo ganar cierta distancia respecto a los atacantes, si cruzaban aquella avenida saldrían a cielo abierto, abandonando la protección que les brindaban los rascacielos frente a nuevas amenazas. Pero aquello no parecía importarle al Capitán que, aún bajo los efectos del óleo sagrado, tenía toda su atención puesta en el horizonte. Cuando parecía que alcanzaban la salida de la calle, pisó con todas sus fuerzas el pedal de frenado, tirando a la vez de la palanca que daba potencia al motor. La Charlotte giró 90º sobre sí misma dirigiendo la proa hacia sus atacantes, y dejando que la fuerte inercia la hiciese volar marcha atrás. Dos de las astronaves variaron el rumbo para no estrellarse contra ellos. Una fue a desintegrarse contra la fachada de un edificio, y la otra, describiendo una pronunciada curva ascendente, colisionó contra otra nave de asalto Tenma que descendía desde las alturas. La tercera nave pasó rozando el fuselaje de estribor de la Charlotte, generando una lluvia de chispas y, saliendo despedida hacia cielo abierto, fue derribada de dos cañonazos por un letal y elegante caza ibriano que se abalanzó desde las alturas. En el preciso instante en el que perdieron toda la inercia, el capitán hizo una parada de máquinas total y la nave se precipitó verticalmente en caída libre hacia las profundidades de la ciudad. Todos los sistemas estaban ahora desconectados, incluida la gravedad artificial, así que los pasajeros de la Charlotte sufrieron la desagradable sensación de ingravidez que les sobrevino al caer a plomo desde las alturas.
- ¡Goshi! - gritó Eclipse por el intercomunicador de la nave. Cerraba la mandíbula con fuerza y las venas del rostro enrojecido parecían a punto de estallarle. - Necesito un concentrado8 lo antes posible. ¡O eso o nos convertiremos en comida para peces!
- Un grito ininteligible le llegó desde detrás a modo de respuesta. Una emocionada y sonriente Dipla le saludó cuando miró sorprendido hacia a ella.
- ¿Por qué hay una nadadora a bordo de mi nave? ¡Dan mala suerte!

Ghosi parpadeaba tratando de ver a través de la sangre que le bajaba de la herida en la frente sobre el ojo derecho. Tanto Druso como ella se habían golpeado fuertemente contra el techo cuando la nave se precipitó hacia el abismo. Solo una tenue luz roja de emergencia iluminaba el estrecho corredor de mantenimiento de popa, pero pudo ver su objetivo a un metro de distancia. Si lograba abrir la válvula del generador, el pirata podría completar su plan. Ayudada por Druso, trató de arrastrarse hacia allí luchando contra la presión de la caída y aferrándose a la rejilla del suelo. Extendió la mano soltando un grito por el esfuerzo. Las puntas de los dedos casi rozaron la válvula de metal.

Con la cara hinchada y enrojecida, Reed miraba al mamparo transparente del techo a punto de desmayarse. Las azoteas se alejaban a una velocidad vertiginosa a medida que descendían cada vez más rápido. Desde aquella altura cualquier impacto con el agua de los canales sería igual que estrellarse sobre un suelo de piedra. Un pitido y una luz amarilla se iluminaron a su lado y su mirada se cruzó con la del capitán. Este le guiñó el ojo y empujó la palanca de potencia hasta su tope, mientras susurraba un ¡Gracias, Ghosi! Con toda la energía de los sistemas concentrada ahora en los motores, La Charlotte salió despedida hacia adelante en una línea descendente, a una velocidad muy superior a la habitual. Todos sin excepción se quedaron pegados a sus asientos sin respiración y sin poder emitir sonido alguno. Cuando estaban a punto de tocar la superficie, el pirata activó los repulsores ventrales y la nave estabilizó el rumbo, volando alineada sobre el canal y casi rozando la superficie, generando dos paredes de agua paralelas tras de sí, acumulando aún más y más velocidad. Al tratar de llevar una ruta lo más recta posible, Eclipse hizo lo mínimo por esquivar estructuras de madera, elevadores, cuerdas de rakki, y velas de embarcaciones, que se fueron llevando por delante. Cuando salieron triunfalmente por el extremo del canal, la aceleración era tal, que prácticamente ninguna nave que les avistase desde lejos les podría llegar a alcanzar. Volaron en línea recta rozando las olas y alejándose de la ciudad hacia el crepúsculo, como un proyectil imparable. Estando ya a una distancia prudencial de la batalla, y comprobando en los sensores que nadie les seguía, el capitán activó gradualmente el resto de sistemas y puso la proa en dirección al cielo a velocidad de escape9.

Goshi y Druso entraron al puente sin decir palabra. Ella se acercó al ventanal de babor y miró hacia el vasto océano oscuro, oteando el que había sido su hogar durante los últimos años. Los fogonazos de la batalla, casi imperceptibles ya a medida que se elevaban, le señalaron la dirección. Habrá muerte y destrucción si nos vamos: las palabras de Tarina volvieron a su mente. Los destellos desaparecieron en la distancia, como si nunca hubiesen existido y solo quedó la oscuridad. Druso abrazó por detrás a su compañera, besándola en el oscuro cabello rizado. Minutos después, el cielo estrellado se desplegó ante ellos tras cruzar un banco de nubes y finalmente abandonaron la atmósfera.
- Astra, madre protectora, protégenos con tu velo de los peligros del viaje - dijo Tarina rompiendo un silencio que se había mantenido desde que dejaron la ciudad. Su expresión era de paz, embelesada ante la sobrecogedora belleza de los cuerpos celestes en la noche eterna. Una mano en el mamparo de cristal y la otra sobre el pronunciado vientre. Reed se giró hacia ella, sintiendo cierta empatía. Lo cierto era que, tras la violencia, la persecución y las explosiones, la quietud y serenidad del espacio exterior tuvieron un efecto sedante que afectó a todos por igual en la sala: en cierto sentido, fue algo mágico.

Por recomendación de Goshi, volaron hacia un satélite cercano, detrás del cual treinta y tres naves huidas de la batalla se ocultaban de cualquier sensor que rastrease el cielo desde la Isla. Era una táctica común en la Periferia: viajar en convoyes para volar gozando de la protección del número. Piratas y corsarios preferían presas solitarias e indefensas. Además, la Charlotte necesitaba la protección de naves mejor armadas hasta que se terminase de instalar el armamento. Cuando se decidiesen los posibles destinos de escape, y la flotilla se dividiese, se irían con uno de los grupos. Durante las horas muertas en las que los capitanes isleños tomaban una decisión, la variopinta tripulación de la Charlotte decidió reunirse en la bodega. Sophie se conformaba con que la dejasen en el siguiente mundo habitado. Goshi, Druso y Tarina deseaban partir de cero en algún lugar más alejado de la frontera y los Mensajeros, a ser posible con océanos, ya que Dipla estaba deseosa de conocer a otras comunidades de nadadores. Aunque habían salvado lo esencial para empezar un nuevo taller, algunos ahorros, las herramientas y piezas más valiosas, y algunos víveres, no iba a ser fácil rehacer una cartera de clientes si se alejaban de las rutas fronterizas. Necesitarían tiempo y recursos. El capitán les ofreció su nave como hogar hasta que tomasen una decisión, a cambio de compartir víveres y mano de obra como tripulantes; al fin y al cabo, él mismo y Reed necesitaban con urgencia buscar una ocupación que les generase ingresos para poder seguir volando. Todos allí buscaban empezar de cero y tenían muy poco de lo que partir. Se pusieron a hacer inventario antes de que se determinase el rumbo a seguir.
- Hay víveres para un mes, mes y medio si comemos poco - dijo Druso oteando el último contenedor.
- El depósito de combustible está lleno. Hay ignita10 para dos meses de vuelo - completó Goshi.

Todos se miraron entre sí sabiendo que aquello dejaba poco margen de maniobra.
- Un momento – dijo Reed recordando algo. Se dirigió hacia el fondo de la bodega y retiró la manta que cubría el artefacto rescatado en el mar.- ¡Tenemos esto! Seguimos su rastro en el mar y conseguimos extraerlo de un bloque de hielo. Druso dijo que era tecnología antigua y valiosa, podría llevar cientos de años oculto, y parece bien conservado.
- En todos mis viajes nunca había visto nada igual - dijo Sophie acercándose y acuclillándose para explorar la superficie de metal con las manos- aunque juraría haber visto esta forma representada en algún sitio.
- Podría ser cualquier cosa, un contenedor de algún tipo, parece anterior a las manufacturas de los mensajeros, no veo sellos sagrados por ningún lado – añadió Goshi rodeando el objeto entre curiosa y temerosa.
- Tiene algo parecido a repulsores en un extremo- apuntó Reed señalando a la zona donde había atado la cuerda el día anterior. Goshi los observó pensativa.
- Es demasiado pequeño para ser una astronave tripulada; ¿un misil, quizás? La tecnología antigua y sin sellos es muy valorada por los mecánicos de la Periferia, conozco a unos cuantos que darían un brazo por poder ver lo que tiene dentro - continuó la mecánica estudiando cada detalle de cerca.
- Ant… ¿Antara? – dijo Sophie pensativa, pasando la mano por una delicada inscripción en relieve sobre un lateral.
- …Y cuando al final de las Guerras de la Codicia, la humanidad se atrevió a romper el orden natural de las cosas buscando la inmortalidad, el Universo mismo entró en cólera. Astra abrió los ojos, y despertó a sus seis hijos uno a uno, y estos, haciéndose de nuevo dueños de los elementos, cayeron sobre los mundos habitados por los mortales castigándoles por su soberbia. - Tarina avanzaba hacia el objeto sin dejar de observarlo, recitando la antigua leyenda.
- Las maquinas se apagaron y, cuando la tecnología falló, la muerte y la destrucción reinaron en los paraísos artificiales de La Expansión, creados por el hombre. Fuego, tierra, aire y agua se impusieron de nuevo como en el principio de los tiempos.
- ¿Y qué tiene eso que ver con...? - interrumpió Goshi, empezando a perder la paciencia.
- La desgracia nos llegó de la unión fatal, cuando Sabio Caído rompió sus votos, tentado por la poderosa y bella corporatriz de Antara, que buscaba alcanzar la trascendencia que está más allá de la carne y el hueso. – La chica acarició la palabra grabada en el casco, con expresión apenada - El mundo más castigado por la familia astral fue Antara, otrora el lugar más próspero, rico y bello de la Expansión, con palacios más altos que montañas y la flota más poderosa y letal que existió durante las Guerras de la Codicia. Durante cuarenta días y sus noches, las tormentas cubrieron sus cielos e incendiaron los frondosos bosques con sus rayos, los terremotos desgarraron la tierra y derribaron las factorías, y las olas del océano furioso se tragaron las ciudades y cubrieron las montañas más altas. Aunque algunas naves huyeron cargadas de tesoros, su viaje fue condenado por los dioses astrales y su destino fue fatal, rechazadas hasta tres veces por los mundos más cercanos y perdidas para siempre al agotarse finalmente su energía. Solo los más piadosos fueron perdonados, aquellos que renunciaron a las máquinas que les habían facilitado la vida y corrompido la carne y la mente, separándoles de su naturaleza. Estos doce profetas volaron a mundos lejanos a anunciar la segunda llegada de los dioses. Algunos de los señores más ricos, siguiendo a un treceavo falso profeta, fundaron los Reinos Centrales, apropiándose de los mundos más ricos y cerrando una frontera a su alrededor. Los planetas y lunas volvieron a sus estados naturales y se restableció finalmente el equilibrio.
- Es solo una leyenda - dijo Goshi - un nombre grabado en el metal no quiere decir nada.
- Esta es la señal que la diosa nos dio en mi visión, el misterio oculto por las arenas del tiempo que debe desvelarse. ¿Cómo es que no puedes ver algo tan evidente? Astra nos ha elegido y no podemos ignorarlo.

Reed procesaba lo que acababa de escuchar. Sabía que era una leyenda común para el resto de pasajeros, pero era la primera vez que él la escuchaba al completo. En los reinos, la historia era otra. El falso profeta del que hablaba Tarina era sin duda el Mensajero original, un sabio renegado que había ayudado a frenar las guerras, traicionando a su orden por abusiva y corrupta, y oponiéndose a los señores corporadores. El hombre de infinita sabiduría. La voz del pueblo oprimido, que había sido capaz de trascender místicamente y ver un futuro mejor. Un mañana brillante y prometedor que pasaba por establecer un control sobre los saberes y las máquinas en un extremo, y renegar de mitos paganos de la Periferia en el otro. Se acercó al proyectil metálico y se agachó para examinar por sí mismo la inscripción ¿Por qué la palabra Antara le resultaba tan familiar? Entonces, unas letras de metal cubiertas de musgo le volvieron a la mente. Se quedó sin respiración.
- Es real - dijo. Todos le miraron. Goshi levantó una ceja.
- En La Isla, a la altura de los canales, en los almacenes. Vi una inscripción similar. Apenas visible, enterrada bajo décadas de musgo y suciedad. Incompleta. Pero ahora estoy seguro de que se trata de la misma palabra ¡Incluso la forma de las letras es la misma! ¿Y este artefacto aparece en el mismo planeta? Podría haber una conexión.
- …y las olas del océano furioso se tragaron las ciudades y cubrieron las montañas más altas. Sin duda los edificios de la Isla son altos como montañas- añadió Druso, mirando al resto.
- No te atreverás – le dijo Goshi, con tono amenazador. - ¿En serio vas a alimentar los desvaríos de tu hermana?
- …el lugar más próspero, rico y bello de la Expansión… Siempre dices que mi talento está en ver oportunidades dónde otros no las ven. Yo aquí veo negocio. Siempre podemos buscar esos tesoros, y si no existen, vender esta reliquia a un buen precio - contestó él, encogiéndose de hombros.
- En el remoto caso de que tuvieseis razón, y Antara haya existido siquiera, y milagrosamente se haya convertido en la Isla, se trataría de riqueza ya hace largo tiempo sepultada en el fondo del mar – argumentó la mecánica. - ¡Olas y terremotos! – añadió con tono teatral.
- ¿Y qué hay de las naves cargadas de tesoros? - inquirió Reed.
- Pero eso sería como buscar una aguja en un pajar - contestó ella.
- …rechazadas hasta tres veces por los mundos más cercanos y perdidas para siempre al agotarse finalmente su energía… - Recitó Sophie. - Eso son tres de los mundos más cercanos a Antara. El pajar se reduce. Merecería la pena indagar. Si Antara fuese real, solo habría que contrastar la localización de La Isla con los mapas antiguos que aparecen en muchos de los mapas míticos de los códices fundacionales de los cultos Astrales. Llevo años recuperándolos y vendiéndolos a coleccionistas ¡nunca pensé que pudiesen ser reales! – añadió maravillada- ¡por las Cinco Tormentas! Casi nos matan por los que llevo en mi mochila. ¿Verdad, Eclipse?

Todos se giraron en dirección del silencioso pirata, que llevaba un rato sin decir nada. Estaba sentado en una silla, apoyado sobre la mesa y con la cabeza enterrada en los brazos cruzados. Parecía dormido.
- ¿Capitán? - preguntó Reed preocupado.

Al acercarse y tocarle un hombro para despertarle, el pirata se desplomó pesadamente hacia un lado y rodó por el suelo hasta quedar boca arriba, inconsciente. El tono de piel de la cara era extremadamente pálido. Estaba empapado y, al tocarle el rostro, el chico notó que ardía como el fuego.
- ¡El óleo sagrado!¡Se le ha pasado el efecto! Cuando nos encontramos, su vida ya pendía de un hilo debido a las heridas y la fiebre. Me temo que, sin un curandero, la sustancia milagrosa de la guardia ibriana tan solo ha retrasado lo inevitable - explicó Sophie apenada.
- ¡No! - protestó Reed.
- Calma – dijo Tarina con suavidad tocándole un hombro. - Ayúdame a llevarlo arriba y trataré de ayudarle.

Horas más tarde, cuando Tarina salió por la puerta del camarote del inconsciente capitán, bajó un poco las luces y le dirigió una última mirada a Reed, que estaba sentado al lado de la cama. Se trataba de una mirada reconfortante acompañada de una sonrisa. El chico esbozó otra a modo de agradecimiento. La chica había logrado cauterizar con habilidad la herida del ojo con un cuchillo al rojo, preparado un emplaste grisáceo a base de unas raíces molidas de aroma amargo, cambiado los vendajes y limpiado las heridas. También le habían hecho ingerir una pasta elaborada mezclando un polvo blanco con agua, que hacía picar los ojos solo de olerlo. Reed la había asistido como pudo, dejando de lado su innegable preocupación. Ayudando a desnudar al enfermo, a asearle la piel con agua y un paño, y a desinfectarle las heridas. Observó cada paso dado por Tarina con atención, preguntando y escuchando. Según ella, el capitán tenía tantas posibilidades de quedarse con ellos como de regresar a los brazos de Astra. Era indispensable que descansase y se alimentase bien, sin hacer esfuerzo alguno, durante un par de semanas. Reed se incorporó algo cansado, estirando los brazos y haciendo crujir las articulaciones. Soltando un largo bostezo, se dispuso a ir a por sus cosas a su antiguo camarote, ahora habitado por Goshi y los hermanos. Él, siendo ahora el tripulante más antiguo, compartiría camarote con Eclipse, instalándose en la cama superior de la litera. Sophie y Dipla se estaban instalando en la bodega de la cubierta inferior. El picor de sus propias heridas le recordó que debería ir a aplicarse la pomada de Tarina, como ella le había ensañado a hacer. Se miró los cortes de los brazos y pecho destacando sobre la piel blanca, y estudió a su vez los brazos y el torso desnudo del capitán. Se podían apreciar distintas cicatrices acumuladas a lo largo de los años tanto en brazos como bajo el vello oscuro que poblaba el pecho. Antes de irse y apagar las luces del todo, se dispuso a cubrir mejor al inconsciente bucanero con la manta. Se inclinó sobre él durante unos segundos rozando la tela con las yemas de los dedos y dudando ¿sería bueno para la fiebre arroparle, o solo le serviría para subirle la temperatura? Cuando iba soltar la tela, una mano se posó sobre su derecha, sujetándola. Se quedó paralizado encontrándose su mirada con la de un adormecido pero sonriente Eclipse.
- ¿No vas a invitarme a una copa antes? – al ver que el caledoniano empezaba a tartamudear, le interrumpió - No más calor. No más planetas cálidos por una temporada.
- No más planetas cálidos – pudo articular finalmente Reed congelado en su postura- y ahora, deberías descansar, esta nave necesita a su capitán. Hay un convoy al que acompañar a puerto seguro, o un tesoro que buscar, si es que nos decidimos – mientras hablaba miraba de reojo hacia su mano, aún sujeta por la del pirata.
- Bueno, esas decisiones son ahora en parte tuyas. El primero de a bordo debe hacer de capitán en funciones cuando este se ausenta. Yo no he escrito las normas – dijo mirándole con cara de circunstancias. Luego miró hacia el techo, suavizando la curva de las cejas negras, adoptando una expresión reflexiva. - Aunque bien pensado, quizás deberías ser tú el capitán, y yo limitarme a pilotar, ya que mi carrera como pirata parece condenada a fracasar una y otra vez. Sin embargo, tú has demostrado continuamente saber nadar donde otros se ahogan.
- Vamos, ese pesimismo no te pega nada.
- No me invento nada que no hayas visto en primera persona. Piénsalo: no ha caído presa o botín desde semanas antes de conocernos. Y desde entonces, he acabado dos veces en el calabozo, he perdido mi anterior nave, a toda mi tripulación, y ¡hasta un ojo!…y ahora voy dando tumbos por la Periferia sin que las circunstancias parezcan mejorar. Quizás el universo, o esos dioses de Tarina, traten de decirme algo. Quizás haya llegado el momento de cambiar, de asumir cosas. Frekho, mi mentor, siempre decía que no se puede pelear contra la gravedad. Creo que yo llevo demasiado tiempo haciéndolo, y estoy agotado.
- Y por eso necesitas dormir y, respecto al parche, no te queda mal. Creo que te da…cierta personalidad.
- ¿Es esa tu manera de decir que te gusto con él? No hago carrera contigo como seductor - el pirata volvía a mirarle con el ojo acerado, vidrioso por la fiebre, y los rizos negros pegados a la frente.
- Pero, yo no quería decir eso, tan solo que…- replicó el chico con el rostro enrojecido por la frustración. Eclipse, sin soltarle la mano se llevó ambas hacia el labio partido, colocando sobre este el dedo índice en gesto de silencio. Reed miro su mano atrapada y luego a él, con intención de protestar, pero sin saber qué decir. Como siempre, había conseguido confundirle. Era como si disfrutase enfadándole. O era él quien se enfadaba al tomarse demasiado en serio lo que para el pirata eran bromas sin importancia. ¡No! Quería decirle que para él sí era importante. Que había algo en el hecho de no sentirse tomado en serio por él que le enfadaba sobremanera. Demandarle que le viese como un tripulante más… pero Eclipse, de nuevo inconsciente, empezó a respirar profundamente. Las manos de ambos reposaban suavemente sobre su pecho. Reed se quedó con la palabra en la boca, queriendo liberar su mano, pero agradeciendo que el sueño hubiese interrumpido al pirata. Lo cierto era que él mismo estaba agotado, así que decidió sentarse sobre el colchón, y esperar un rato más, buscando el momento adecuado para soltarse sin despertar al convaleciente. Pasaron los minutos y los ojos empezaron a cerrársele a él también. El cansancio y la gravedad pudieron más.

Horas después, se despertó en medio de la penumbra, alguien había apagado las luces. Yacía de costado, su frente estaba pegada al brazo ardiente del capitán y estaba cubierto por la misma manta ¿Se había despertado él? Si había sido así no se había dado cuenta. Esperaba que no, pero al mismo tiempo se sentía muy a gusto. Empezó a cuestionarse lo que sucedía. Existían varias formas para definir aquello en los reinos, probablemente que en la Periferia también, y todas malsonantes. Pero siguió sintiéndose a gusto. La mano ya no estaba sujeta, tan solo estaban la una sobre la otra. Mientras decidía si se liberaba o no, si se alejaba de aquel cuerpo febril o no, volvió a dormirse profundamente. No hubo malos sueños, ni dolor ni caballos agonizantes, tan solo la paz de flotar boca arriba en un océano en calma con las estrellas en el cielo. Una frase se repetía en su mente como un eco distante: no se puede pelear contra la gravedad.


QUERIDO LECTOR, HAS LLEGADO AL FIN DE LA PRIMERA PARTE DEL RELATO. LA SEGUNDA PODRÁ LEERSE JUNTO A LA PRIMERA EN LA EDICIÓN COMPLETA E IMPRESA, PRÓXIMAMENTE.

AQUELLOS LECTORES QUE HAYAN PARTICIPADO, MÁS DE 2 VECES, ENTRARÁN AUTOMÁTICAMENTE EN EL SORTEO DE UNA LÁMINA EXCLUSIVA A LO LARGO DE ESTE MES. A SU VEZ SE LLEVARÁN UN EXTRA SOPRESA EN LA EDICIÓN IMPRESA EN CASO DE ADQUIRIRLA.

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¡Muchas gracias por acompañarme en esta aventura!
Atentamente, Iván.


1 Sporran: Bolso tradicional que se lleva como complemento al kilt, que no tiene bolsillos, en Caledonia. Puede estar hecho de distintos materiales flexibles o semi rígidos como pieles o telas, y estar más o menos ornamentado. A veces se los decora con escudos de armas de los clanes, u otros símbolos asociados a la naturaleza.
2 Tormentas espaciales: Es una manera genérica de definir cualquier tipo de fenómeno espacial adverso para los navegantes, como las nebulosas radioactivas, las tormentas electromagnéticas o de iones, etc, que puedan dañar a la astronaves o a sus instrumentos de navegación.
3 Secuencias de arranque: Algunas astronaves cuentan con secuencias de arranque automatizadas programadas en las factorías de los Mensajeros para facilitar al piloto la puesta a punto antes del despegue. El modo de arranque largo enciende los sistemas de forma progresiva y ordenada si dejarse nada y dando tiempo a cada componente para activarse correctamente. El modo de arranque corto, o manual, deja en manos del piloto la decisión acerca de los elementos a conectar, pudiendo ahorrar tiempo al obviar sistemas secundarios no del todo relevantes para poder despegar.
4 Leer capítulo 1.
5 Repulsores anti-gravedad: Tecnología que permite a una astronave mantenerse suspendida en el aire o deslizarse verticalmente en entornos de gravedad como planetas o estaciones, independientemente de los motores utilizados para el impulso.
6 Reliquias paganas: Aunque su sola existencia sea considerada herética en los Reinos, algunos aristócratas coleccionan todo tipo de antigüedades de la Periferia, contratando a cazadores de tesoros para engrosar sus colecciones privadas con libros, mapas, esculturas y otros objetos.
7 Modos de disparo: La mayoría de armas de energía fabricadas en los reinos, y reutilizadas en la Periferia, siendo en su origen destinadas a las milicias locales centrales, cuentan con distintas intensidades de disparo, desde el más letal a una simple descarga destinada a aturdir o dejar inconsciente a la víctima. Esta medida facilita la detención de criminales, o la reducción de insurgentes, sin tener que acabar con sus vidas.
8 Concentrado: En la jerga de los pilotos y mecánicos de naves, un concentrado supone desconectar todos o la mayor parte de los sistemas de la astronave para transferir toda la energía solo uno de ellos. Este tipo de energía extra, superior a la lograda normalmente con los sistemas operando, puede ser beneficiosa a corto plazo; pero como maniobra es arriesgada ya que se corre el riesgo de averiar algunos sistemas, o incluso no lograr el efecto deseado y no recuperar potencia hasta que los aparatos sean reparados, dejando la nave a la deriva.
9 Velocidad de escape: Es la velocidad mínima que tiene que adquirir un objeto para escapar de la atracción gravitatoria de un planeta o cualquier otro astro.
10 Ignita: Se trata de un mineral altamente reactivo, que al ser convertido en gas, proporciona una potente y duradera energía de impulso a las astronaves y otros vehículos. La ignita de mayor calidad se encuentra en las minas de los reinos, y el combustible procesado en las factorías también es el de más calidad o fiable. En la Periferia existen algunas explotaciones mineras menores que producen variantes e ignita de peor calidad y más inestable.

índice de episodios y ranking final__________________________________________________________________________

Ranking final de los lectores _____________________________________________________________________

El primero, o primeros, en subir de rango cada 3 decenas, recibirá/án lingotes extra!

  LINGOTES DE ORO x ACIERTOS (canjeables por premios exclusivos en breves)  
TRIPULANTES cap. 1
(B)
cap. 2
(A)
cap. 3
(A)
cap. 4
(A)
cap. 5
(C)
cap. 6
(B)
cap.7
(C)
  RANGO
Abel Rodríguez - 10 0 10 10 10 10   Grumete (50)
Andrés Z - - 10 10 10 10 10   Grumete (50)
Adri de La Torre 10 10 10+5 0 10 10 0   Grumete (55)
Áinhoa Tilve 10 0 0 10 0 0 10   Grumete (30)
Apambs (Alberto) 0 10 0 10 10 10 0   Grumete (40)
Álex Bagües 10 0 10 10 10 0 10   Grumete (50)
Ángela Burón 10 0 0 0 0 0 0   Aprendiz (10)
Adbeelk 10 0 0 0 0 0 0   Aprendiz (10)
Antonio Irún 10 10 0 10 10 0 0   Grumete (40)
Athomfan 10 10 10+5 10 10 0 10   Pirata (65)
Daniel Cardiel 0 0 10 10 10 0 0   Grumete (30)
David Guerrero 10 10 0 0 0 0 0   Aprendiz (20)
Diego Moreno 0 10 0 10 0 10 10   Grumete (40)
Diego Vera 10 0 0 0 0 0 0   Aprendiz (10)
Héctor García 10 10 0 0 0 0 0   Aprendiz (20)
Itor Vázquez 10 0 0 0 0 0 0   Aprendiz (10)
Jaume Díaz Alonso 10 0 0 0 0 0 0   Aprendiz (10)
Javi Comesaña 10 10 10+5 10 10 10+5 10   Pirata (80)
Javier Ramos 10 0 0 0 0 0 0   Aprendiz (10)
Jorge Suberviola 0 0 0 0 0 0 0   Aspirante
Linda Moreno 10 10 0 10 0 0 0   Grumete (30)
Manu Solís 10 10 0 10 10 10 10   Pirata (60)
Manuela Omimes 10 10 0 10 10 0 10   Grumete (50)
Martina Menéndez 10 0 0 0 0 0 0   Aprendiz (10)
Noemi Roselli 10 0 0 10 10 0 10   Grumete (40)
Pablo L. de la Puerta - - - - 10 10 10   Grumete (30)
Pedro Téllez 10 0 0 0 0 0 0   Aprendiz (10)
Pepepán 10 10 10+5 10 10 0 10   Pirata (65)
Rodrigo Leo 10 10 0 10 10 0 10   Grumete (50)
Sonia Rubio 10 0 0 10 10 0 0   Grumete (30)
Toni Areny - - 0 10 10 0 10   Grumete (30)
¿Quieres saber más sobre este universo? Te puede ayudar a acertar_________________________________________

Capitán
Eclipse

Reed

Los
Mensajeros
(NUEVO)

El Culto a
Astra
(NUEVO)

Mapa
estelar

La
Periferia
(NUEVO)

Los
Reinos
Centrales
(NUEVO)

Reino de
Ibria
(NUEVO)

Reino de
Caledonia

YA A LA VENTA! Los Anillos de Beta Hidry ________________________

"Año 1492 de la Paz de los Mensajeros. Un adolescente de un mundo remoto de La Periferia, se enrola en la nave pirata Karina y vive emocionantes aventuras. Una historia con nuevos personajes, que no salen en los cómics, situada varios años antes en el tiempo. Ideal para iniciarse en este universo...."

Primer relato ambientado en el universo de Las aventuras del Capitán Eclipse.

5 € (envío ordinario a España está incluido, envío internacional)
El libreto en tamaño A5, 40 páginas 80 gr. Portada doble a todo color + 5 ilustraciones interiores en grises.




YA A LA VENTA! Capitán Eclipse - Rescate en la Periferia
__________________________________

" Año 1512 de la Paz de los Mensajeros. El Capitán Eclipse y su tripulación, a bordo de la nave pirata Divine, asaltan un carguero en el reino de Caledonia. Mientras tanto, en el mismo sistema estelar, la Reina Idonia trata de evitar, en secreto, una desastrosa crisis política..."

68 páginas a todo color 15 € (envío ordinario a España está incluido, envío internacional)

Capitán Eclipse -Las Hijas del Cometa ________________________

" Año 1508 de la Paz de los Mensajeros. En el alejado sistema estelar de Chakkara, las Hijas del Cometa se preparan para realizar sus ofrendas en un ritual centenario, pero unos invitados no deseados entran en escena..."

Historia corta de 6 páginas para la revista de cómic, Ensueños.

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