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Capitán Eclipse y Reed, en El enigma de Antara.

Capítulo 2
. La Isla.

En algún lugar del hiperespacio, en La Periferia. Año 1512 de la Paz de los Mensajeros.

El viento invernal aullaba en la noche y la nieve golpeaba con fuerza el ventanal, pero podía escuchar con claridad los relinchos de agonía del caballo. Los copos de nieve eran como estrellas saltando frenéticamente en el vacío. Desde el otro lado del cristal, en las alturas, Reed solo distinguía un bulto oscuro sobre el suelo nevado del patio. El animal, tumbado de costado en la nieve, tenía las patas traseras rotas y era incapaz de incorporarse, ni galopar a resguardarse en los establos. Él estaba encerrado en su dormitorio y no podía actuar: ni salvar al animal, ni evitarle el dolor. Cualquier chico de su edad habría llorado, pataleado, golpeado la puerta, e incluso gritado, a quien pudiese escucharle, que aquello era injusto, que no estaba bien; pero él, a sus diez años de edad ya no pensaba en aquellos términos. No tenía poder para evitarlo. Cualquier fantasía de control sobre su vida era solo eso, una fantasía. Lo sabía desde muy pequeño. Los quejidos del caballo se volvieron indistinguibles del viento y se perdieron en la oscuridad.

Tenía trece años y la luz del cielo primaveral, su primera primavera, iluminaba la pista de aterrizaje donde finalizaba la procesión. La claridad era cegadora. Al haber nacido en invierno, verlo todo tan iluminado era una novedad. Con la Carrera del Ciclo1, los caledonianos celebraban, exultantes, el fin de los veinte años de estación fría. Reía, aplaudía y gritaba emocionado, contagiado por el entusiasmo de la multitud. En el centro de la ovación, estaba una chica de catorce años, vestida con un traje de piloto de la guardia real que le quedaba grande. El casco bajo el brazo y el cabello, de un rubio muy claro, que flotaba sobre sus hombros agitado por la brisa que llegaba de la bahía de Stirling. Sobre la cabeza, la corona triunfal de ramas doradas. Era la ganadora. Los demás pilotos, todos chicos, la llevaban en volandas y entre vítores. Durante un momento, desde lejos, ella le miró a los ojos y disfrutaron de un breve momento de comunión sin palabras. Su amiga podría cumplir su sueño, aunque a él le supondría separarse de ella. Reed apenas había entrado en la adolescencia, pero, con la certeza de un adulto, ya había enumerado en su mente una lista con todo aquello que nunca llegaría a tener, ni a ser. Sin embargo, también había aprendido que podía lograr cosas para los demás, y eso le consolaba. Frecuentemente se saltaba las normas para salirse con la suya, ya que cada pequeña transgresión era un escape, una liberación; pero siempre había consecuencias. ¿Colar a una mujer, y con un traje de piloto, en la carrera? ¿Comprometer en público al rey, aludiendo al papel de algunas mujeres guerreras en las leyendas fundacionales del reino, para que la victoria fuese dada por válida? Esta vez había tensado demasiado la cuerda y le llegaría la retribución; pero ahora disfrutaba de la victoria de su amiga y lo haría hasta el último segundo.

Al anochecer, de camino de su dormitorio, la compensación le llegó por la espalda en un oscuro corredor. El golpe fue tan fuerte que terminó con el rostro aplastado contra el suelo de piedra. Aturdido y con un negro elemental velando su visión, notó el familiar sabor ferroso de la sangre entre los dientes. Las fuertes manos le retorcieron el brazo derecho hacia atrás. Se produjo un fuerte crujido al romperse el hueso, incluso pudo escuchar el chasquido, pero fue el intenso dolor lo que le dejó sin sentido.

Reed se despertó de golpe, incorporándose en la oscuridad del camarote, a bordo de la Charlotte. El corazón se le salía del pecho. La manta estaba empapada, y el cabello anaranjado se le pegaba a la frente debido al sudor. Se acarició el codo, palpando bajo la piel la zona donde la fractura había sanado años atrás. ¿Había gritado al despertarse, o era parte del sueño? Aún con la respiración acelerada, se rodeó las rodillas con los brazos y trató de respirar más lentamente. No quiso encender la luz, pero tampoco cerrar los ojos. Se quedó un buen rato así, mirando hacia la nada, en medio de la oscuridad. Cada cierto tiempo las pesadillas regresaban, y con ellas el pasado. Eran como un jarro de agua fría. Un recordatorio periódico. Una intensa dosis de realidad.

Cuando entró en el puente de la astronave, un rato después, el Capitán Eclipse ya se encontraba en el puesto de piloto. Un cielo azul con pocas nubes llenaba todo el ventanal, y la claridad en la sala era tan potente que tuvo que avanzar a su puesto con los ojos casi cerrados. Se sentó en el sillón de copiloto con la mano a modo de visera para cubrirse los ojos de la potente luz solar.

-¿Una noche larga? - preguntó el bucanero sin apartar la vista de las pantallas. Reed le miró un segundo y también se concentró en los mandos, sin contestar. ¿Le había escuchado gritar? Podía ser.
- Sucede con algunas estrellas - continuó Eclipse. - Cuando se viaja muy cerca de una, te afecta. Le hace algo a la cabeza. Cambios de humor, pesadillas.

Reed escuchaba sin decir nada, evitando mirarle, algo ceñudo y con la atención fija en los sensores. El Capitán le observó durante unos segundos más, se encogió de hombros y siguió a lo suyo.

- No veo tierra por ningún sitio. ¿Es todo el planeta un océano? - preguntó el caledoniano rompiendo aquel silencio incómodo, y oteando la interminable masa de agua azul turquesa que sobrevolaban.
- Creo que hay algo de hielo en los polos, pero las condiciones climáticas son infernales allí. Hay continuas tormentas y no se puede ni volar ni navegar. También está La Isla - respondió Eclipse señalando hacia un punto en el horizonte.

El pelirrojo miró en aquella dirección, acercando la cabeza al cristal y mesándose la barba. Le pareció ver una mancha oscura en la superficie del océano, pero segundos después todo se cubrió de blanco, al descender la Charlotte atravesando un banco de nubes. Los cristales quedaron cubiertos de gotitas de agua en pocos segundos. La nave se bamboleó levemente a causa de las fuertes corrientes de aire. Reed se concentró en asistir al capitán en el vuelo hasta que el cielo se despejó, revelando una superficie marina, ya muy próxima, que se acercaba a ellos a gran velocidad. El capitán tiró del timón suavemente hacia atrás, elevando el morro de la nave y corrigiendo el rumbo hasta que planearon alineados con el océano. Después giró la nave hacia estribor y Reed oteó las aguas por el ventanal lateral, a medida que describían una curva muy abierta hacia la derecha, debido a la gran velocidad a la que volaban. Pudo distinguir una flotilla de pequeños veleros surcando las olas. Su forma no era muy distinta a la de los pesqueros fondeados en los puertos de su Caledonia natal. Lanchas de uno o dos palos, y no más de veinte metros de eslora. Incluso pudo distinguir las redes de pesca debidamente recogidas en las cubiertas.

- Ahí está - avisó el capitán, elevando la barbilla y mirando hacia el frente. Reed se giró hacia él y luego miro hacia proa sin poder evitar una exclamación de asombro.

Ante ellos se desplegaba lo que parecía ser una ciudad que se elevaba muy por encima de las aguas, sobresaliendo entre la bruma matutina. Por más que buscó con la mirada, no encontró ningún vestigio de tierra firme sobre la que reposasen aquellos mastodónticos edificios de piedra. Si existían unos cimientos, parecían perderse en el fondo del mar. Ni siquiera en la capital de Caledonia existían edificios de semejante altura, a excepción de El Faro, hogar de la familia real.

La Charlotte rodeó la ciudad con otra curva ascendente. Sin dejar de atender los mandos, Reed pudo distinguir puentes colgantes entre los robustos edificios de pierda. Había estructuras más nuevas, y de menor calidad, en cada rincón útil de la ciudad. Éstas eran de aspecto rústico, de madera y planchas de metal sobre todo. La Isla parecía estar habitada en casi todos sus niveles. A medida que ganaron altura comprobó que existía toda una red de conexiones y plazas suspendidas entre los antiguos edificios. También vio canales entre éstos, al nivel del mar.

- ¡Es una ciudad construida sobre las ruinas de otra! - concluyó el pelirrojo maravillado. - ¿Has visto el tamaño de esas plataformas? ¿Cómo pueden soportar todo ese peso tan solo con esas cuerdas?
- Los locales las llaman rakki. Son unas plantas que extraen del fondo marino, un tipo de alga que una vez seca se vuelve extremadamente resistente. Dura como la roca. También son la base de la dieta local, junto con el pescado. Los metales provienen de naves hundidas o abandonadas en la órbita.
- Pero, una ciudad así de grande, en medio del mar… ¿viven solo del pescado? - preguntó el caledoniano mirándole con una ceja arqueada.
- Mira - dijo Eclipse a modo de respuesta. Ahora volaban por encima de los edificios más altos. Reed percibió entonces multitud de destellos. Se trataba del reflejo del sol sobre los mamparos metálicos de decenas de astronaves, estacionadas sobre las azoteas de los edificios; los antiguos rascacielos de piedra eran tan grandes, y sólidos, que no se venían abajo con el peso.

- Es un lugar de intercambio - dedujo el chico.
- Nada mal, pelirrojo. Eres muy avispado, para ser central, claro - bromeó el Capitán. Reed puso los ojos en blanco y meneó la cabeza. No tenía ganas de discutir con él.

La Charlotte se dirigió hacia un edificio elevado en un extremo de la ciudad y, con un siseo de repulsores, y el tren de aterrizaje desplegado, se posó suavemente sobre la amplia terraza en la cual estaban estacionados varios vehículos más. El suelo estaba salpicado de maquinaria y piezas de astronaves a medio desmontar.

- El taller de Goshi. Espero que la jugada nos salga bien. Tú calla, observa y aprende - dijo el capitán levantándose del sillón. Mientras Reed bajaba clavijas y apagaba sistemas, Eclipse se agachó y extrajo un maletín de un marrón amarillento, que estaba oculto, tras el cableado, bajo los paneles de control. El pelirrojo reconoció la manufactura caledoniana. Eclipse lo abrió durante unos segundos y la luz que entraba por el ventanal proyectó reflejos dorados sobre los lingotes de oro2. Acto seguido salieron por el pasillo y descendieron por el corredor en dirección a la esclusa de acceso, en la cubierta inferior. Activaron los controles de la rampa y esta descendió con el sonido de los gases a presión liberados. Una oleada de aire muy caliente les golpeó de frente y ambos entrecerraron los ojos. Cuando pisaron el pavimento de la terraza, la luz cegadora del amanecer apenas les dejó ver durante unos segundos.

- ¿Capitán Eclipse? Qué sorpresa, después de casi un año sin venir a pagarme. Y espero que hayas venido para eso, si es que valoras tu pellejo - dijo una mujer de voz grave, justo delante de ellos.
- Vamos, Goshi, ¿no te han dicho que lo bueno se hace esperar? - preguntó el bucanero con su mejor sonrisa, ladeando la cabeza y poniendo una mano a modo de visera. Reed pudo distinguir a un grupo de personas a pocos metros delante de ellos. Una mujer muy alta y delgada estaba en el centro. No tendría más de treinta años y llevaba un cinturón utilitario lleno de herramientas colgando hacia un lado.
- ¿Tienes lo que me debes o no?, porque si has venido para darme alguna excusa, te daré una patada en ese trasero de pirata y te lanzaré al mar - le advirtió ella con tono severo. El caledoniano pudo ver que los mecánicos empuñaban las pesadas herramientas con actitud amenazadora. El capitán alzó el maletín a modo de respuesta.

La mujer se acercó y Reed pudo verla con más detalle mientras ella abría el maletín y evaluaba el interior. Iba vestida con ropa funcional, práctica y ligera, adecuada para el trabajo y aquel calor. Llevaba unas gastadas gafas de soldador sobre la frente. El cabello negro y revuelto estaba retirado hacia atrás en un recogido desordenado. Era de espalda ancha y cuerpo fibrado, de rasgos marcados y algo masculinos. La piel estaba algo tostada en las zonas expuestas, manchada de polvo y grasa de motor. Goshi hizo un gesto a sus compañeros y todos menos uno volvieron a sus quehaceres en el taller. Un hombre de piel oscura, fornido y más alto aún que la mecánica, se acercó hasta colocarse a su lado.

- Parece que está todo. Si vuelves a tardar tanto en pagarme me encargaré de que ningún mecánico de la frontera vuelva a tocar un solo aparato pilotado por ti. Por cierto, - dijo mirando hacia la Charlotte como si la viese por primera vez - ¿qué has hecho con la Divine? Había buenas piezas en ella…
- La perdí, una faena, pero si pudieras ayudarme yo podría...- empezó a decir Eclipse.
- Chitón, pirata - interrumpió ella agitando un dedo delante del rostro del bucanero. - No me volverás a engañar. Sin dinero no hay ayuda que valga. Coge a tu compinche, subíos a ese cacharro, y largaos de mi taller- ordenó. Les dio la espalda y regresó hacia su gente.
- ¡Pero si estamos secos! Ya no nos queda combustible y me he quedado a cero para poder pagarte. Escucha, Goshi, tengo una información lo suficientemente valiosa como para llenar el depósito y digamos, ¿instalarme uno de esos cañones ligeros tuyos?

Goshi soltó una sonora carcajada. Reed miró rápidamente a Eclipse sin entender nada. Éste no dejó de mirar a la mujer, expectante.

- ¿Y qué información puede tener un ladrón de poca monta como tú que pueda interesarme?
- Sigues teniendo rivales en el consejo de la ciudad, ¿verdad?, ¿te siguen haciendo la vida imposible con las tasas y los registros?- interrogó él. El silencio de ella le pareció suficiente respuesta.
- Yo podría ayudarte a marcarte un buen tanto, Goshi. Uno de esos que te convertiría en alguien poderosa y querida por la comunidad. Poder para hacer lo que quieras. Incluso quitarte a esos pelmazos medio-centrales de encima. O siempre puedo irme con la información a otra parte y dejarte aquí, esperando a lo que se os viene encima.
- ¿Lo que se nos viene encima? - dijo ella ladeando la cabeza, como si no le hubiese escuchado bien.

Reed, recordó entonces el encuentro con los corsarios en Xarris y, muy indignado al entender la jugada del capitán, protestó:

- ¿En serio? ¿Vas a negociar con las vidas de esta gente a cambio de piezas? ¡No está bien! Debe haber miles de personas viviendo en esta ciudad... - sin darle tiempo a terminar, el capitán se giró hacia él con expresión furibunda, y, sujetándole por el chaleco a la altura del cuello lo empujó con fuerza, arrastrándolo sin delicadezas, contra uno de los patines de aterrizaje de la Charlotte. El chico, sorprendido, reaccionó con más indignación.
- Quita tus sucias manos de...
- A ver si te entra en la cabeza, pelirrojo: te dije que callases, observases y aprendieses – le dijo el pirata con el rostro a pocos milímetros del suyo y bajando el tono.- Yo soy el capitán y tú un subordinado. Esto no es Caledonia, aquí las ordenes las doy yo, ¿entendido?

Reed le miró a los ojos, desafiante y con el rostro enrojecido por la rabia. Hacía un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarse sobre él y golpearle. No estaba acostumbrado a recibir órdenes, más bien lo contrario, pero se contuvo y no dijo nada.

- Mucho mejor así. Enfádate si quieres, pero calladito. Míralo de este modo: podrías aprender algo y llegar a ser un tripulante de utilidad - concluyó el pirata caminando de nuevo hacia Goshi y su compañero, que observaban expectantes. Reed le siguió con una mirada cargada de odio, se colocó el chaleco con brusquedad, se introdujo la camiseta de nuevo en el pantalón, y se quedó en el sitio, a la sombra de la nave, cruzando los brazos y sin dejar de fruncir el ceño.

- Si habéis terminado con la escenita marital, nos gustaría saber de qué trata todo esto. Y no juegues más conmigo, Eclipse: estoy perdiendo la paciencia.- demandó la mecánica poniendo los brazos en jarras.
- ¿Marital? - Estalló Reed más indignado aun si cabe. - No se equivoque, señora: me sacaría un ojo con uno de sus destornilladores, antes que que tener nada con él. - Eclipse sin dejar de darle la espalda, soltó una carcajada, para mayor enfado del chico, que decidió finalmente ignorarle y mirar hacia otro lado.
- Mejor hablemos en privado, Goshi, tú y yo. Escucha lo que sé y decide si vale todo, o al menos parte de lo que te pido. ¿Te parece justo? - Ella miró al suelo unos segundos, asintió y condujo al capitán hacia una pequeña zona cubierta por un toldo agitado por la brisa. Reed y el hombre de piel oscura, les siguieron con la mirada pero se bajo el protector fuselaje de la Charlotte.

- Soy Reed.
- Yo Druso. Parece que tu capitán te tiene atado corto - dijo divertido, con una voz grave y profunda.
- Mi capitán es un imbécil - espetó el caledoniano sin dejar de mirar hacia la caseta en la que Eclipse había entrado.

Entonces, una voz infantil les llegó desde la distancia. Druso pareció reconocerla. Reed pudo entender un "Drussssso" en medio de aquel galimatías ininteligible, pero nada más. Una chica delgada, preadolescente, caminaba descalza sobre el pavimento. Iba vestida con ropa sencilla y pegada al cuerpo, fabricada con un tejido marrón flexible. Llevaba una bolsa colgada de un hombro y un cuchillo en el cinturón, pero lo que más sorprendió a Reed fueron el color de piel azul pálido y de aspecto húmedo, el cabello blanco y los ojos oscuros, y algo separados. Cuando llegó hasta ellos, miró a Reed de arriba a abajo y le dedicó una amplia sonrisa, llena de pequeños dientes puntiagudos. Reed no pudo evitar sonreír. No dejaba de maravillarse cada vez que veía un gliesiano3.

- Esta es Dipla, una nadadora local. Su gente lleva aquí desde hace cientos de años, nadie se maneja en estas aguas mejor que ellos. A veces hacemos negocios, ¿verdad niña? - La chica soltó una risa rápida y le dijo algo en aquel dialecto rápido y confuso. Sacó un trozo de tela de la bolsa, con varios garabatos dibujados en su superficie.
- ¿Has encontrado un resto? ¿Dónde? ¿Qué son estos dibujos? No lo entiendo - dijo Druso girando la tela, extendiéndola delante de su rostro. Reed reconoció las formas al momento y explicó:
- ¡Es un mapa! Son coordenadas marinas, corrientes, latitud, ¿verdad? - La nadadora asintió y siguió hablando sin parar, mientras el chico tomaba el tejido entre sus manos y trataba de entender los signos.
- Dice que uno de los suyos se topó con un pedazo de hielo del norte vomitado por Adu4, señor de la tormenta, a un día y medio de aquí. Incrustada en el hielo vio una máquina. A los nadadores no les gustan las máquinas, según ellos dan mala suerte, pero a veces intercambian información a cambio de objetos. Dice que el mapa le ha costado parte de sus ahorros, pero que lo compartirá con nosotros si repartimos la ganancia por la reliquia.
- Un momento. ¿Nosotros? ¿Estás loco? Yo no puedo irme...- explicó Reed.
- Vamos, algunas piezas de astronaves pueden venderse a buen precio, y si es tecnología antigua mucho más, créeme.

Druso le pasó un brazo sobre los hombros utilizando ahora un tono bajo y agradable.

- Mira, está claro que tu capitán y tú necesitáis ingresos, y yo también. Además tú sabes leer mapas marinos y yo no. ¿Acaso te has criado cerca de algún mar?
- En... un pueblo pesquero, en los reinos - explicó Reed también bajando la voz.
- ¡Ja, ja, ja! ¿Un central? Eso explica ese aire de estirado que tienes. ¿Un pueblo de pescadores? ¡Entonces seguro que sabes navegar! ¡Es nuestro hombre, Dipla! - exclamó Druso mirando a la chica, que le respondió con otra sonrisa de diminutos dientes afilados. Reed asintió, navegando ahora en un mar de dudas.
- No se hable más. Botaremos la lancha de Goshi, y en un par de días estaremos de vuelta con el tesoro.
- Pero... debería decírselo al capitán - dijo el pelirrojo frenando en seco.
- ¿Y crees que te lo permitiría? Ya has visto lo que te ha dicho antes. Haz que se trague sus palabras y demuéstrale que eres un tripulante con más recursos de los que él cree.

Reed les miró a ellos y luego al toldo. No podía ver al capitán desde allí.

CONTINUARÁ EN LA EDICIÓN COMPLETA E IMPRESA, PRÓXIMAMENTE A LA VENTA.

1 Carrera del Ciclo: es una celebradción Caledonia durante la cual se celebra le llegada de la primaveral tras los 15 años estandar de invierno. A la vez es un rito de paso para algunos jóvenes que compiten en una carrera mortal en los cinturones de asterorides externos. Los ganadores son admitidos en la división espacial de la Guardia Caledoniana. Además de la carrera, y tras la misma, hay más celebraciones como una procesión multitudinaria en cual participan todos los grupos sociales; desde los Mensajeros, pasando por los miembros de casa real y los jefes de los clanes del reino, al campesino más humilde.
2 Leer Rescate en la Periferia.
3 Gliesianos (sub-razas gliesianas): Especies que descienden, artificialmente, de la humana. En algunos casos la diferencia entre humanos y gliesianos es meramente física, pero a veces estas razas cuentan con capacidades que les diferencian.
4
Adu: Deidad elemental masculina asociada a las tormentas. Ver cultos astrales.

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"Año 1492 de la Paz de los Mensajeros. Un adolescente de un mundo remoto de La Periferia, se enrola en la nave pirata Karina y vive emocionantes aventuras. Una historia con nuevos personajes, que no salen en los cómics, situada varios años antes en el tiempo. Ideal para iniciarse en este universo...."

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Capitán Eclipse - La leyenda del Pirata. (Lectura on-line gratuita)

" Año 1510 de la Paz de los Mensajeros. En uno de los mundos sistema estelar de las Siete Lunas, Pym el cuentacuentos entretiene a los parroquianos narrando sus vivencias a bordo de un navío pirata..."

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